sábado, 3 de mayo de 2008

Una luz en la oscuridad

Sentía un hueco en mi corazón. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Cómo pudo tener el valor para decírmelo?
Sus palabras me lastimaban aún más... y no paraban. Logró hacer uno de los pequeños momentos más largos de mi vida.

Por fín se fue. Pero en mi soledad empecé a pensar que todo lo malo me sucede. ¿Y por qué a mi?... Dios ¿Por qué te aferras para que yo sufra?

Miro hacia un lado y veo a un angelito, uno de tantos angelitos que cuando vienen al mundo no son como los demás... nos dan ternura pero existen personas estúpidamente los rechazan.
Mientras tanto una lágrima se escapa de mi, pero logro evitar que recorra mi rostro. Trato de hacerme la fuerte pero mi mala suerte no me deja hacerlo.

Me voy de aquel lugar, el angelito me ve y caballerosamente me deja pasar primero. Caminando, dejo que el angelito y su madre avancen adelante de mi, y nos topamos con unos escalones. La señora ayuda a su angelito a bajarlos, y mientras yo seguía pensando en mi desdicha, aquel bello angel me brindó una de sus inocentes manos para bajar las escaleras, fue cuando todo problema se borró de mi.

A veces nuestro egoísmo nos cega. Pensamos que somos los únicos con problemas, pero tal vez hay gente que debería de sufrir más por su desdicha. Y al contrario. Esta es una pequeña anécdota que viví con un niño que tenía Síndrome de Down. Hizo que me cuestionara acerca del enojo que en ese momento yo sentía; me hizo reflexionar acerca de que hay personas en el mundo que les tocan vivir pruebas más dfíciles y lo aceptan. Debemos de pensar en eso antes de que el egoísmo nos invada.

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