miércoles, 25 de enero de 2012

Secreto...

... Y ahí estaba yo observando lo que estaba frente a mi. Algo me decía que ya había estado en ese lugar en alguna vida pasada. Todo estaba como lo dejé la última vez.
En esos pilares se asomaban los rayos de luz del atardecer; sus sombras, diagonalmente paralelas, descansaban en aquellos mosaicos rocosos y oscuros que formaban el piso. Aún con la misteriosamente fría construcción, se lograba ver con facilidad las alegres y románticas flores que alguna antigua historia querían contar.
Y todo frente a mi. Como una mágica tarde antigua. Quise acercame y reconocer todo pero... ella apareció. Retrocedí los dos pasos que emocionadamente había dado. Ella jugaba entre los pilares, usando aquel vestido azul cielo que la caracterizaba y que la hacía ver como una princesita de su época; su abultada y blanca peluca, que le quedaba tan grande y aún así no perdía su temprana belleza; pero el adorno más hermoso de todos era su inocente sonrisa.
Aún seguía jugando, como en los viejos tiempos, su contagiosa e infantil risa nunca la abandonó. Pero había algo diferente en ella. Debajo de aquel pálido maquillaje, escondía un original color pálido. Sentí miedo.
Poco a poco me acerqué mientras ella seguía jugando y riendo entre los pilares. Los débiles rayos de Sol la rozaban. El miedo no me abandonó, y en cada paso que iba dando, me salía un sollozar cada vez más fuerte e invocaba a las lágrimas.
Cuando llegué a los pilares, me di cuenta de los ventanales que me separaban de ella. No le importaba mucho, ella seguía jugando.
Por fin me vio; creo que mi rostro emanaba angustia y miedo. Ella reía y puso su mano en el cristal, esperando que yo hiciera lo mismo; poco a poco subía la mía mientras mi incontenible pero discreto sollozar continuaba. Encontré su mirada y lo comprobé, la niña está muerta.
Abrí los ojos en la oscuridad y lo entendí... La niña soy yo.